14 ago 2016

Soliloquio.


Suena la noche, hay luna y suenan los autos, uno por cada 15, 15 que parten en cuatro a la hora, dos camiones en uno, uno que parte en 60 a la hora; son las 11 de una noche que antecede a la que sigue, y voy arrastrando el pensamiento de algo que me hizo sentir tan bien, y al final, cual borrachera, terminé estando vacío. 


    Aquí yacen los últimos momentos de mi solitario pensamiento, me pregunto por cuánto tiempo veré remojarse a mis amigos entre el alcohol y la tormenta, ¡nada como poner al sol mis deseos, y refrescarlos con cerveza al atardecer! Pierdo el motor de todo odio, cuando observo al sol ocultarse, ¡y hace tanto que no pienso en alguien! Y más, que ni le he colocado su nombre a una puesta de sol. 

    Pero aquí me veo, cubierto de nubes, escuchando el zumbido de los mosquitos que claman por dejar al descubierto una parte de mi cuerpo que pueda ser explotable para sacarme sangre, me veo con este grillete en donde grabo mis pensamientos, y en las cosas que deseo olvidar, las que poco a poco pierden importancia, y las que quiero que importen. 

    Hoy, como hace unos días, he tenido la dicha de ver una luna que, a pesar de la opacidad del cielo, me ha permitido verla como hace semanas no lo he hecho, pues desde marzo, quizás febrero, entre los árboles de la escuela, he visto más días grises de los que hubiera yo querido. Pero igual, poco a poco veo a todas ellas partir, a las nubes y a las cerezas de mis pasteles. Hace tanto que no me veo en la necesidad de plasmar el dolor, de escribirlo. Suenan las acústicas y los violines, mientras mi cabeza, vuelve a ocupar el papel de licuadora mental.