1 nov 2009

El Cuarto a Obscuras.


Hay un cuarto a oscuras, te sientes solo, el viento sopla de tal forma que parece que las ventanas están abiertas, pero te asomas a la ventana y no hay indicio alguno de que haya rendija abierta por la cual el viento se cuele, el día está gris, los arboles están secos y sin rastro alguno de las hojas; recuerdas los pequeños fragmentos que has leído de Edgar Allan Poe, en tu radio se reproduce una de tantas canciones sombrías que tanto te encanta escuchar.

    Hay una voz, se ahoga, susurra, el viento sopla fuerte, rechinan las ramas del árbol, las pocas hojas presentes se sacuden, y el alumbrado de la calle se ha ido, el viento hace estragos y la oscuridad se densifica, no hay ninguna vela que pueda iluminar ese cuarto, y la música sigue.

    Parece que a estas almas, les encanta el sonido oscuro, vidrioso de tus discos, e inexorablemente la tarde cae, parece que llueve, se oyen las gotas golpear el cristal, estás sentado en el borde de esa ventana, y el frío entra por esas rendijas, tu cuarto a oscuras sigue con su negro esplendor, y sientes escalofríos; una mano recorre tu espalda, y te han soplado al oído.

    Volteas con mucha sospecha, pero no tienes miedo, por que tu ambiente últimamente se ha tornado ligeramente pesado, quieres que sea así y no te importan los crujidos del mueble, ni que los aparatos truenen, ni siquiera te importa el hecho de estar siendo observado por alguien que no ves, y que sabes que te tiene acorralado, las oraciones, las haces, miras a la cruz de tu pared, miras a esa figurilla y te preguntas sobre el cómo es posible que aquél ser se haya sacrificado por unas masas que incluso, lo niegan.

    En verdad, si lo hizo por amor, ese sentimiento ni existe, por lo menos y para ti; te miras obligado a lucir colores, pero el color negro y el gris son lo único que por tu cabeza existe, ronda, a pesar de ser tú, tan asiduo de los ocasos otoñales, hay veces en las que el odio, y todo aquello que te provoca sentirte frio, hacen que las lluvias te sepan mejor a pesar que a veces te llegan a fastidiar.

    Y el fantasma de tu recamara sigue, juega, rompe artefactos de vidrio, rompe espejos, y tú como si nada, quedas mirando la calle a oscuras que se cierne bajo tus pies y que inunda los cimientos de tu hogar, observas las gotas de lluvia estrellarse en el cristal, escuchas las voces tétricas, las pistas melancólicas, pero te importa un bledo el ruido de ese espíritu grisáceo, perdido. Esa sombra quiere llamar tu atención, pero la ignoras, y enciendes el 5º cigarrillo de tu cajetilla; para una compañía, deseable o no deseable, el olor del cigarro en un lugar encerrado, es insoportable, y sin meditarlo ni tenerlo en mente, detuviste la marcha pueril del infame espíritu.

    Mientras, las horas se van comiendo a los minutos y los minutos a los segundos, es verdad, parece eterno cuando parece que las voces tétricas de tus discos parecen correr sin la menor cavilación, siguiendo su curso tu cuarto es todo lo que podrías pensar, es todo lo que te cabe en un día completamente grisáceo y triste. Es lo que en tu mente se engendra mientras tanto, recuerdas que hay un retrato tuyo con una persona amada del pasado; la miras con suma extrañeza, te pones a pensar, tu amargura sube de tono y comienzas a reprocharte tantas cosas, todas las situaciones que hicieron que llegaras al grado de tener todo a oscuras teniendo el clima así; y ha parado de llover, las gotas no suenan, hay viento y ves un pequeño remolino que cruza la calle, se lleva hojas, aleja a los perros, ahuyenta a la gente y la hace guarecerse entre pórticos y establecimientos en los que el espacio les dé permanencia voluntaria.

    El reproche persiste mientras se observa al retrato, ya no brota lágrima alguna de tu avejentado rostro, solo tu ceño se frunce de tal modo que sientes que hay un volcán ardiendo y lo dejas estallar; avientas el retrato y se quiebra, oyes los pedazos del cristal protector golpear la pared y el suelo. La foto cae sin más, la pareja que está en esa imagen te hace comenzar a gritar, te cuesta trabajo asimilar no que estés solo, sino, el porqué terminaste haciendo y diciendo cuanta estupidez te brotaba del corazón, te golpeas el pecho, te jalas los cabellos y te golpeas la cabeza con el puño.

    Ya no lamentas la soledad que se hizo presente por sorpresa, nunca hubo lamento por el día gris, hay fantasmas en tu cuarto, hay unas oraciones que se tocan cuando se ha terminado el día, hay un crucifijo pegado en la pared, hay una ventana que da lugar al circo de la vida dando la función mas atroz en las calles, los perros no ladran, pero los fantasmas siguen, ya no te espantan, porque en tu mundo, solo tu corazón y tu cerebro reinan. Pero en esa diáspora de cosas que se lleva poco a poco a las nubes y poco a poco deja al descubierto un cielo color malva, anuncio de la huida del sol y el nacimiento de una noche que será larga, hay agujeros en el cielo, y los rayos de sol entran por cada descuido de las nubes, el sol quiere protagonizar su emerger en el ocaso.

El jazz aparece, pero siempre termina opacado por una indecisión, el cielo es estrellado aun sin merecerlo, el otoño poco a poco se acaba, y el suelo poco a poco comienza a succionar el agua que del cielo cayó.

Mientras comienzas por el séptimo cigarro de la tarde.