22 abr 2011

El taxista y su ironía.


Una vez, que había transcurrido la semana santa, estaba con la sensación horrenda de caminar bajo el Sol con el cuerpo apesantado, producto de una delicia en botella oscura, y con la fatiga de romper vidrios y desarmar máquinas despachadoras, de ésas que te dan refresquitos y se tragan la moneda sin regresarte el cambio. Estaba preparandome para ver a una amiga de la cual no sabía yo mucho, me había desentendido de mis alrededores; el color gris era mi fiel amigo.

Con el transcurrir de las horas me preparé, no descansé pensando que cualquier momento de relajación podría ser la muerte; y sin embargo no lo fue, me costó trabajo levantarme, hacer lo que debía hacer, aburrirme es mi naturaleza y poco a poco comienzo a tomarle poca o nula importancia a lo que me rodea de manera cotidiana, no lo sé.

Me arreglé, vestí de negro y me llevé esos pantalones que tan bien me lucían, tan maravillado y tan... No sé, que me inspiraban esa seguridad de querer arrasar donde quiera que mi pie tuviera la suerte de pisar, compré helado, llevé un litro de mi favorito, aunque creo haber cometido un error, pues terminé siendo yo el que se devoró tal producto...

Y entre la plática que me comenzaba a hacer tanto bien, entre las cosas que criticába en la Tele, se siguieron escurriendo esas inmisericordes horas, y el momento se abrió paso para no poder evitar decir adiós, y en realidad no quería hacerlo, no me nacía, a ciencia cierta, no quería, pero tendría que, no me era muy bello todo eso, y menos andar a tan altas horas de la noche en donde apenas y conocía, mas de no ser por que si hubiera sido de día, no me hubiera dolido tanto, pero no; tuve que emprender la retirada, su preocupación de aquella me hizo alejarme, y dar cabida a su tranquilidad.

Bajé la calle, empinada, de esas que si eres fumador, habrás terminado con la garganta lastimada, o con la sensación de un dolor químico que emerge de los pulmones; bajé la calle, veía un paisaje que no me era tan anormal, pero tampoco me parecía tan extraño o fuera de lo común; veía, escuchaba, olía a y a la miseria humana, parados en cada esquina esperando a que sin querer los retes con la mirada; seguí mi trayecto, al fin y al cabo, ¡que mas daba!, de todos modos me hallaba en campo de guerra.

Eran las 9:30 de la noche, estaba con el pesar de que estuve a punto de... y no lo logré, y me decepcioné; habían pasado 6 Taxi's y a todos los rechacé por estar esperando un jodido Microbús que nunca apareció; soporté chiflidos, miradas atacantes, risas estruendosas y músicas asquerosas, canciones que ni mis audifonos pudieron bloquear por mucho que aumenté el Stereo y el "Bass", hasta que pasó un "Atos", de ésos carritos que sientes que si aceleran salen volando, aquellos que parecen "zapatito"; y dentro de el lo tripulaba un anciano, no tan anciano, se veía con demasiada experiencia, pero con mucha subjetividad y ganas de tener la razón sin bases ni fundamentos (que ni yo me atrevo a poseer).
-¿A donde lo llevo joven?- Con una voz molesta y aguardentosa me dijo.
-A Santa Isabel Tola, por favor- dije, con un poco de alivio.

Arrancó el motor, entre esa sensación de alivio, sentía como el automóvil se dejaba llevar por aquellos hundimientos y topes, flotaba, sentia que las ruedas flotaban y se deslizaban como cuchillo caliente en la barra de mantequilla; el problema vino cuando llegué a la avenida que lleva por nombre "Martín Carrera", el taxista comenzaba a conducir con una paciencia, que desesperaba, todo sea por agarrarse unos cuantos pesitos de más, total, se le hacía justo mas cuando el lugar donde vivía era mas desente que ésos nidos de ratas que llaman "Martin Carrera" y "Gabriel Hernandez", y mas pensando que la colonía del Tule, o donde vivía, estaba del otro lado del cerro, era infame el recorrido, pero había que hacerlo; en eso, el viejo, después de toser como lo hacen los de su edad (quizás provocado por el cigarro, pues en su guantera rota se hallaba un empaque de los "Alitas", de esos que "madrean" a la primera), agarró y me dijo:
-Está cabrona la inseguridad, el gobierno no ha sabido hacer bien las cosas-

Me sorprendí, aunque no del todo, decían en un reportaje sobre cierto ex-Presidente (que tuvo la suerte de ser apedreado en el "Auditorio Justo Sierra" de la Universidad) que, hasta el mas ignorante tiene el descaro de criticar el sistema político de nuestro país actualmente, cosa que antes se castigaba con la amenaza o bien, la desaparición.

-Así es, cada día se pone fea la cosa- dije yo con cierta aspereza y desgano, pues iba con muchas ganas de robar muchos abrazos y besos a ésa amiga de la que me había desentendido y no pude.

-¡Nooo! (con ese tono duro y sorpresivo que espanta), la verdad nuestro país se ha rodeado de pura chingadera, hasta el mismo Lázaro Cardenas que fue quien le dió espacio a esos pinches Gachupines hijos de la chingada que vinieron huyendo de su desmadre y su faramalla de amistad con nuestra bonita tierra, todo era muy hermoso hasta que esos malditos lo vinieron a echar a perder- Asentía nuevamente con la cabeza, mientras veía un Mustang Negro que tuvo el infortunio de toparse con mi mirada.

-Lázaro Cardenas fue de lo peor tambien, el y su compadre el Avila Camacho, pinches militarzuchos tenían que ser, los dos se corrieron la bolita y cuando los españoles se instalaron aquí en el país, nos jodieron todo, armaron sus negocios y todo nos lo vendían caro, por eso digo que desde ese momento la economía nunca se recuperó, todas esas cochinadas del "milagro mexicano" fue una pantalla del PRIismo para decirnos que estábamos bien, cuando la verdad estaban los malditos Gachupines jodiendonos, y hasta la fecha, con las alzas a la tortilla, a la canasta básica pues...-

Simplemente tuve que volver a asentir, corresponder su plática y defender mi postura que difería en demasía con las ganas de querer engendrarme un sentido de odio hacia los resquicios de aquellos que huyeron del Franquismo hace casi 80 años, no me importaba su plática, simplemente quería ver si sus años eran una muralla a la cual pudiera usar como soporte a lo poco que sabía.

Y es que prosiguió hablando el Señor, sobre sus frustraciones económicas, mi egoísmo me hizo ser indiferente, pero con un gesto de que ponía atención; de noche y en un auto, mirar las calles y los autos, sentir el frío por las rendijas de la ventana, son cosas que siempre me atrajeron mucho; mas que oir al pobre viejo que no sentía el mas mínimo empacho por desbocar sus caballos contra nuestro estado fallido. Así que pasaron 10 minutos hasta que pudimos encontrar un boquete entre todo el embotellamiento del viernes por la noche; estábamos subiendo por la Av. Cantera, nos colocamos hacia la lateral para acceder a los arcos del "Acueducto de Guadalupe"; estuve respirando alivio, pues el final del trayecto y del "Tour verborreico" del taxista comenzaba.
-¡Si, claro que si!, estamos jodidos, nos joden en todos los aspectos, el dinero no alcanza, no dura, no rinde, a veces tenemos que apretar las tripas para poder llevarnosla leve por que esto de la "Chafireteada" no saca a veces- Insistía el viejo, sin importarle que una mueca de fastidio se escapara de mi rostro.

-Me va a dejar en aquella banqueta, en aquél árbol por favor- Ordené para que frenara la marcha y me dejara de una vez - ¿Cuánto es?-

-Si, pero la verdad estamos cada vez peor, el gobierno gasta en mas muertes y muchas mas muertes-

-Señor, ¿cuanto es por favor?- Insistí con un tono golpeado y recio (provocado también, por la acción del cigarro y el frío en mi garganta); y es que advertí que el taxímetro no marcaba cada 45 segundos el cambio por 80 centavos, sino cada 25 segundos, el taximetro cambiaba de manera continua, de tal modo que ojee el aparato, y descubrí que estaba alterado, tenía "ratón"; el viaje comunmente me salía en $15.00, ahora me salio 20 pesos mas por su charla, su taxímetro y sus ganas de manejar lento, aun estando la vía libre.

-Si, son $35.00- Su rostro cambió, se preparaba para recibir 20 pesos de regalo, en fin, tenía yo mucho mas que eso, nunca me ha dolido el dinero; afortunadamente ha sido lo que no me ha faltado.

-Tenga- Se los dí con una sonrisa, azoté la puerta y encendí otro cigarro; esperé a que arrancara.

En mi mente aparecieron una serie de maldiciones, mas no pude hacerlas posibles, mi mente solo decía:

-Y el hablándome de que estamos jodidos, y a mi me jodió $20.00 más-

Y emprendí el regreso a casa.